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Channel: J. Carlos Lara – Derechos Digitales

Los límites para la libertad de prensa en Ecuador

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El 23 de julio de 2022, la Asamblea Nacional de Ecuador envió al presidente de la República el proyecto de Ley Orgánica Reformatoria de la Ley Orgánica de Comunicación, aprobado dos días antes.

Con ello, se daba comienzo a un plazo de 30 días para que el ejecutivo se pronuncie sobe la iniciativa, ya sea sancionando el proyecto o vetándolo, total o parcialmente. 30 días que han sido un periodo de ardua discusión entre el Gobierno, sus opositores en la Asamblea y quienes ejercen el periodismo.

No es la primera polémica por la regulación de las comunicaciones, la libertad de expresión y la prensa en Ecuador. Sin embargo, en esta ocasión los ánimos parecen estar más agitados y las consecuencias de la disputa política pueden ser más gravosas.

Una modificación polémica

La reforma, surgida del informe de minoría aprobado en la Asamblea tras rechazar el informe de mayoría (que incluía propuestas del Gobierno), modifica significativamente la ley vigente, en cuestiones tales como las reglas del Consejo de Desarrollo y Promoción de la Información y Comunicación, el régimen de sanciones a las infracciones de la ley, la forma de entrega de frecuencias a medios de radiodifusión, la restitución de las defensorías de lectores y audiencias, entre otras.

La reforma ha sido fuertemente rechazada por parte de la sociedad civil y agrupaciones de periodistas en el país. En particular, se cuestiona la expansión de sanciones por infracciones a la ley, abriendo la puerta a la penalización de la expresión y habilitando con esto un régimen infraccional que resultaría en desincentivos al ejercicio de las libertades informativas y de expresión.

Además, la modificación introduciría la acción de la Defensoría del Pueblo en labores del Consejo de Comunicación antes mencionado, enfatizando su rol en la verificación y contextualización de hechos. En otras palabras, órganos públicos inmiscuyéndose en la definición de lo que constituye la verdad. Y aunque la resistencia a la desinformación es una preocupación global, la entrega a órganos públicos o privados de la definición de la verdad es siempre problemática. Además, la figura de defensores de audiencias y lectores implicaría una forma de tutela estatal del periodismo, contraria a la libertad para su ejercicio.

Las críticas también se han producido a partir de lo que el proyecto no incluye, en un contexto de intensa violencia ejercida contra periodistas, incluyendo ataques y hasta asesinatos por el ejercicio de la profesión. Aunque la reforma reitera derechos asociados a la expresión y al periodismo, las organizaciones opuestas al proyecto reclaman por la creación de mecanismos efectivos de protección de periodistas.

Lo que viene

La calificación de la reforma como una nueva “Ley Mordaza” no ha sido exclusiva del Gobierno y sus aliados, sino también desde los sectores del periodismo y la sociedad civil contrarios a la reforma. Por esta razón, tanto desde el gobierno como desde la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión se han recogido opiniones para los pasos siguientes de la regulación. Se espera que el gobierno no promulgue la reforma tal como salió de la Asamblea, sino que la rechace mediante un veto. Pero la duda que persiste es sobre si ese veto sería total o si solamente aplicaría a parte de la ley. El rechazo a la ley desde organizaciones de periodistas se ha expresado como una petición al gobierno de dar un veto total a la propuesta de la Asamblea.

Un veto total significaría que la reforma volvería a la Asamblea, prolongando las dudas sobre el futuro de la ley. Y si bien esas dudas hoy se refieren a una ley modificatoria específica, el debate es mucho más amplio: cuáles son las condiciones de ejercicio de la labor periodística sin amenazas legales o existenciales, en un ambiente de alto riesgo. En esas condiciones, no puede ser la libertad de expresión la víctima de disputas políticas.


Incidentes de seguridad en instituciones públicas: la deuda que los Estados aún no pagan

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Hace algunos días la prensa daba cuenta de una  alerta dentro del poder judicial de Chile, tras detectar el ataque informático en la forma de ransomware,  afectando a un número importante de equipos con que funcionan los tribunales de justicia.

El ataque llevó a la paralización de muchas de las funciones regulares de la justicia en Chile. Ocurrió poco después de una enorme filtración de correos desde las Fuerzas Armadas chilenas tras otro ataque que explotaba una vulnerabilidad antigua y conocida. Fue semanas después de un ataque al Servicio Nacional del Consumidor en el mismo país.  Son algunos de los tantos  episodios solamente dentro del último año en la región, que también incluyen ataques y filtraciones en servicios públicos tales como sistemas de salud y de asistencia social en Brasil, servicios de importación y de supervigilancia de empresas en Colombia, servicios municipales y de tránsito en Ecuador, y una importante seguidilla de ataques en Costa Rica, con elevados costos.

Desde la perspectiva de los órganos atacados, resulta evidente que el riesgo de estos ataques termina siendo soportado por las personas usuarias de los servicios públicos, es decir, potencialmente toda la población y especialmente aquellos sectores con más interacción con el Estado. Es por ello que resulta crucial que los esfuerzos de seguridad mantengan a las personas en el centro, y que los riesgos se consideren de manera sistémica no como problemas de computadoras, sino como una posibilidad real de intensa afectación de los derechos de las personas. Sea en ámbitos de salud, defensa nacional o administración de justicia, la falla de sistemas del Estado puede tener consecuencias muy gravosas.

Desde la perspectiva del rol del Estado, se hace cada vez más  necesario contar con herramientas para prevenir y mitigar daños, y de manera integral, para incorporar mejores prácticas organizacionales sobre seguridad y asegurar su actualización.

No es este el espacio para reiterar el sinnúmero de recomendaciones en términos de seguridad, sino más bien para reiterar aquello que con cada nuevo ataque se vuelve patente: es urgente que los Estados latinoamericanos se tomen en serio las necesidades de seguridad que ya son parte de sus agendas, políticas nacionales y estrategias de ciberseguridad.

Por cierto, ni los más avanzados sistemas tecnológicos de defensa son suficientes sin capacitación y buenas prácticas. Organizaciones como Derechos Digitales han sido insistentes en la promoción de prácticas de seguridad digital, que incluyen la concientización para hacer frente a los riesgos de la ingeniería social como forma de vulneración de sistemas informáticos. A la vez, es importante que exista institucionalmente capacidad para promover y exigir estándares altos de seguridad en la operación cotidiana.

Los caminos globales a un ciberespacio seguro

Una de las grandes preocupaciones en torno a los ataques cibernéticos es la relativa a los ataques iniciados a gran distancia geográfica o a través de las fronteras de distintos países y la seguridad de las redes de comunicación global. Así, la ciberseguridad será parte de la agenda de la Conferencia de Plenipotenciarios de la UIT. Por otra parte, la persecución de los delitos propiamente cibernéticos y de los delitos facilitados por el ciberespacio se ha vuelto una materia donde la cooperación internacional se torna necesaria. El Convenio de Budapest, de creciente adopción en la región, invita a la colaboración entre los Estados; su segundo Protocolo Adicional, en tanto, pretende justamente reforzar la colaboración entre estados. El análisis de ese protocolo por Veridiana Alimonti expone las debilidades del mismo para el resguardo de derechos en la investigación y persecución de delitos. Esa cooperación es también parte de la discusión en la ONU de un nuevo tratado sobre ciberdelitos.

El rol de los Estados en la preservación de la paz y la seguridad internacionales en el ciberespacio ha sido objeto de intensa discusión entre los Estados. Esa discusión también tiene su centro en el segundo Grupo de Trabajo de Composición Abierta sobre los Avances en la Esfera de la Información y las Telecomunicaciones en el Contexto de la Seguridad Internacional convocado por la Organización de las Naciones Unidas (el OEWG). Allí, se ha destacado con frecuencia el riesgo tanto a nivel interno como internacional que representan las amenazas en el ciberespacio. Ataques sobre servicios o infraestructuras críticas, incluyendo a servicios públicos y poderes del Estado, afectan no solamente los derechos y las posibilidades de desarrollo, sino también la paz y la estabilidad internacional. Especialmente preocupante es que tanto los Estados como actores no estatales han adquirido capacidades crecientes para conducir ataques sobre infraestructura crítica y sobre infraestructura crítica de la información. Pomover la colaboración como el aprendizaje mutuo y la formación de confianza se vuelven necesarias también a nivel internacional.

En el OEWG, durante la sesión de julio de 2022, una propuesta de varios países del mundo, incluidos Chile y Costa Rica, sugería incorporar al texto del informe de progreso del OEWG la mención explícita tanto a las capacidades cibernéticas militares de los Estados, como al ransomware como forma concreta de amenaza a sistemas críticos en el uso malicioso de las tecnologías de información y comunicación. Es significativo que países tan célebremente afectados por estos ataques destaquen que distintos países con distintas capacidades pueden sufrir de manera distinta y más grave con ataques informáticos sofisticados. Aunque el texto no llegó al informe final, y considerando también el largo camino que queda hacia el futuro en el OEWG, las tensiones geopolíticas propias del proceso pueden volverse así un obstáculo para el consenso mundial.

Octubre: el mes de la ciberseguridad

La responsabilidad de los Estados en relación con las tecnologías va más allá de la respuesta a incidentes específicos o al hackeo exitoso de la semana. Se requiere una conducta activa tanto para promover un ciberespacio seguro como para proteger su propia infraestructura, y medidas que acojan la pericia recogida por distintas partes interesadas, apoyándose en ellas para promover la capacitación y generar confianza, así como para generar los cambios que la seguridad requiere sin afectar negativamente intereses legítimos. Es llamativo que justo al iniciar otro mes de la ciberseguridad, la contingencia nos recuerde cuán en deuda están los Estados.

Construyendo caminos hacia un futuro digital común: notas desde el IGF en Adís Abeba

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El Foro para la Gobernanza de Internet (IGF), un evento anual que desde 2006 supone una instancia de discusión abierta, global y multisectorial sobre internet, con el patrocinio de la Organización de las Naciones Unidas, tuvo recientemente su decimoséptimo encuentro anual en Adís Abeba, Etiopía

El evento estuvo organizado alrededor de la consigna “Internet resiliente para un futuro sostenible compartido y común”. El programa,  construido a partir de propuestas recibidas de la comunidad de gobernanza de internet, tenía como temas  “Conectando a todas las personas y protegiendo los derechos humanos”; “Evitando la fragmentación de internet”; “Gobernando datos y protegiendo la privacidad”; “Facilitando la seguridad y rendición de cuentas”, y “lidiando con las nuevas tecnologías, incluso IA”.

Derechos Digitales estuvo nuevamente allí. Participamos de numerosos paneles y reuniones sobre inteligencia artificial, inclusión y regulación de plataformas (entre muchos otros temas), llevando preocupaciones y propuestas desde América Latina. Además, intervinimos en la sesión inaugural, buscando resaltar las desigualdades que permean el ecosistema de gobernanza de internet y demandar acciones proactivas que garanticen la participación equitativa de todas las partes interesadas.

El evento fue una oportunidad de reencuentro, articulación y profunda reflexión. Además, puso acento en la necesidad de coordinar debates globales y equilibrar voces. Es la primera ocasión en que el IGF vuelve a realizarse en un país del Sur Global, desde su décima edición en 2016. Y nuevamente se volvió destacar la necesidad de que estos países y sus comunidades tengan una participación activa en la definición de prioridades y la toma de decisiones.

Conectividad desde el Sur: inclusión digital entre contradicciones

La realización del IGF en Etiopía generó cuestionamientos en la sociedad civil, dentro y fuera del país. Mientras algunas personas y organizaciones optaron por no participar, otras, como la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC, de la cual Derechos Digitales es miembro), defendieron la participación en el evento para conectarse con organizaciones locales, visibilizar su trabajo y denunciar abusos a los derechos humanos ocurridos en el país. Eso fue reconocido por representantes de distintos sectores y países en la sesión de cierre, durante la cual una representante de la coalición de sociedad civil brasileña por derechos digitales agradeció la recepción local: “la historia de este país es inspiradora y todas deberíamos dedicar algún tiempo a aprender más sobre su lucha por la libertad”.

El foco principal de las demandas fue restaurar la conexión a internet en regiones como Tigré, en el norte de Etiopía, afectada por un conflicto armado entre fuerzas separatistas y el gobierno central desde fines de 2020. Los cortes de internet en el país y sus impactos fueron objeto de discusión en diferentes sesiones, actividades paralelas e, incluso, en eventos previos a la realización del IGF, que tenía la conexión de todas las personas como parte de sus temas centrales. Según el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, “las interrupciones del acceso a Internet menoscaban directamente los esfuerzos para cerrar la brecha digital […] lo que amenaza el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Estas interrupciones socavan la capacidad de las personas de participar en los debates y las decisiones que configuran su vida y contribuyen a crear sociedades seguras y prósperas”.

Resulta inoficioso e inconsistente boicotear a un país del mundo mayoritario por sus situaciones de crisis de derechos humanos, mientras aceptamos aquellas provocadas o apoyadas desde el norte global. Tener parte del mundo conectado y parte del mundo excluido no es un problema meramente técnico o económico, ni un problema exclusivo del sur, sino un problema político global. Un futuro digital justo, inclusivo y sostenible demanda no solo un pacto global, sino responsabilidades compartidas, incluso desde los países más conectados en promover mecanismos de apoyo y cooperación que faciliten entornos propicios para su construcción.

Hacia un Pacto Digital Mundial

Más allá de las contingencias, debemos también considerar al IGF dentro del contexto global más amplio. En septiembre de 2021, la oficina del Secretario General de las Naciones Unidas lanzó el informe “Nuestra Agenda Común”, proponiendo un Pacto Digital Mundial (o “Global Digital Compact”), cuyo objetivo es esbozar “principios compartidos para un futuro digital abierto, libre y seguro para todos”. La propuesta orientó buena parte de las discusiones en el IGF17, así como en  la reciente reunión de Latinoamérica y el Caribe del IGF.

Por cierto, se trata de un proceso amplio y extenso. Desde hace varios años, los miembros de la Organización de las Naciones Unidas han tomado más seriamente la gobernanza de internet, designando un Panel de Alto Nivel sobre la Cooperación Digital en 2018, cuyo reporte de 2019 fue usado como la base para la Hoja de ruta para la Cooperación Digital del Secretario General de la ONU en 2020. Se creó desde la cabeza de la ONU una Oficina del Enviado del Secretario General para la Tecnología (el “Tech Envoy”) y en 2022 se designó un Panel de Liderazgo del IGF.

Sin embargo, el Pacto Digital Mundial —que será objeto de ratificación por la ONU en la Cumbre del Futuro en septiembre de 2024— debería ser un producto de deliberaciones como las que tienen lugar en el IGF. Por esto, a medida que las decisiones sobre el futuro de internet ganan mayor importancia, la centralidad del IGF como plataforma de colaboración y coordinación efectiva de múltiples partes interesadas debería aumentar en lugar de disminuir.

Más allá de las buenas intenciones de la ONU y los loables fines de los informes de alto nivel, es necesario reconocer un contexto de creciente fragmentación y segmentación en las decisiones sobre gobernanza de internet, lo que genera nuevos desafíos para la participación, por ejemplo, de organizaciones de la sociedad civil en los distintos espacios de debate. Frente a ese escenario, el rol de organizaciones como Derechos Digitales es clave en reclamar espacios como el IGF desde el mundo mayoritario, como uno de los pocos espacios multisectoriales donde todavía es posible tener una voz para influir en el futuro digital.

El IGF sigue siendo una oportunidad valiosa de cooperación entre la comunidad internacional dedicada a la defensa de los derechos humanos en el entorno digital. Que esa interacción tenga impacto real depende tanto de la propia comunidad como de la membresía ONU que ha puesto la atención en ella. Sin fingir ignorancia  sobre las fuerzas que intentan dar forma al futuro digital, la democratización de los espacios de gobernanza depende también de nuestra activa participación en los mismos.

Una última mirada a los derechos digitales en 2022

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Cuando comenzamos 2022, una esperanza comenzaba a crecer en buena parte del mundo: las vacunas para reducir los contagios y los síntomas de la COVID-19 surtieron efecto y llegaron a más grupos de la población. Lentamente, aspectos de la vida prepandémica volvían a materializarse y, después de dos años dramáticos, el mundo parecía realinearse.

Pero el año inició con tumulto mundial: una invasión en Europa oriental creaba una crisis humanitaria de incalculable costo humano, que a su vez desviaba la atención de otras crisis en África oriental, en Asia meridional, en América Latina. Nuevas desigualdades, internas y externas, se hicieron patentes, ahora bajo la presión del riesgo vital de una pandemia que no termina.

Como en buena parte del mundo, América Latina ha visto el agravamiento de las distintas crisis superpuestas, agudizadas por un horizonte de crisis económica que está en pleno desarrollo. Aun así, grandes aires de esperanza se sintieron en la región, en la resistencia al abuso y la injusticia, y en la participación política en varias elecciones.

En América Latina, el 2022 partió con revelaciones de hackeo a periodistas en El Salvador, en una réplica de lo que fue descubierto años antes en México, revelando que el espionaje ilegal estatal con herramientas importadas continúa en la región.

A la vez, la vigilancia masiva todavía es una disputa inconclusa. En una insigne victoria para el activismo local, en México el invasivo Padrón Nacional de Usuarios de Telefonía Móvil (PANAUT), aprobado a fines de 2021, fue declarado inconstitucional, impidiendo la vinculación entre la identidad de un usuario de teléfono y su información biométrica, entre otros datos, en una decisión anunciada en abril. Poco antes, se había detenido en el metro de San Pablo, Brasil, el uso de un sistema de reconocimiento facial automatizado, aunque luego fue autorizado por la justicia. Esa batalla continúa, ahora contra una iniciativa por extender el reconocimiento facial a toda la urbe. En la Ciudad de Buenos Aires, en tanto, la justicia declaraba la inconstitucionalidad de un sistema de reconocimiento facial.

En Colombia, una preocupación constante por la incorporación de mecanismos legales para fórmulas riesgosas de identidad digital, como también un debate sobre neutralidad de la red y zero-rating se tomaron parte de la agenda después de la fuerte escalada de violencia de las protestas de 2021. El uso de máquinas digitales para el proceso electoral fue, como siempre, objeto de escrutinio.

Al igual que en Colombia, y ante los ojos del mundo, una nueva elección presidencial en Brasil ofrecía esperanza, pero también mostraba algunos de los peores temores de la región: torpes intentos de control de la desinformación amenazaban con alterar el funcionamiento de la mensajería personal, mientras varias acusaciones de desinformación enfrentaban al gobierno y a las iniciativas de empresas privadas por controlar el discurso en línea. Que todo eso ocurriera mientras aumentaba el gasto en tecnología de hackeo y vigilancia hacía temer por el futuro.

Por cierto, las protestas sociales de los últimos años no cesaron. En Ecuador, fuimos parte del reclamo de la sociedad civil en rechazo a la represión y la vigilancia en el marco de protestas sociales a mediados de año. Presentamos a la ONU múltiples antecedentes sobre situaciones de afectación de derechos, especialmente vinculados a la expresión y la protesta, en un informe dentro del contexto del Examen Periódico Universal. En paralelo, continúa el cuestionado juicio contra Ola Bini a pesar de las reportadas infracciones al debido proceso. También vimos que persiste la represión de la expresión y la protesta en Nicaragua, incluido el allanamiento y cierre de organizaciones y de medios de comunicación, alarmando a expertos internacionales que exigen visitar el país. Y, en Venezuela, informes tanto de la industria de las telecomunicaciones como de la sociedad civil, mostraron el nivel de vigilancia y represión en ese país.

Al mismo tiempo, Brasil progresaba en un área sensible para toda la región: la protección de datos personales. Sin ser un debate ajeno a la contingencia, Brasil avanzó en el otorgamiento de autarquía de carácter especial a su nueva autoridad de control de datos personales. Por su parte, Ecuador –que promulgó su ley en 2021– inició este año el proceso de reglamentación de la ley. En Chile, paso a paso se Avanza en un proyecto de reemplazo a una ley que hoy es ineficaz ante casos públicos de vulneración de los derechos sobre los datos.

También hubo otros relevantes debates legislativos en la región, para los que este recuento quizás no basta. Fuimos testigos de la discusión por una nueva ley de inteligencia artificial en Brasil, como también en iniciativas de leyes sobre ciberseguridad, sobre desinformación y sobre ciberdelitos en varios países de la región. Nuestro trabajo de monitoreo continúa con intensidad para identificar las oportunidades, los riesgos a las libertades y derechos que puedan acompañar a esas iniciativas. Nos involucramos en la discusión por una nueva constitución en Chile, con propuestas surgidas desde distintos lugares y grupos del país.

No obstante también aprovechamos instancias globales que afectan a América Latina. Como ejemplos, contribuimos a informes de oficinas de expertos de Naciones Unidas sobre apagones de internet y sobre inteligencia artificial y privacidad. Participamos en procesos como la reunión de plenipotenciarios de la UIT, en la peligrosa discusión por un nuevo tratado sobre ciberdelitos, en el debate global sobre normas para el comportamiento de los Estados en el ciberespacio, y mucho más.

Mirar hacia el futuro

Todo lo anterior es apenas una muestra de lo intenso que fue el trabajo del año desde nuestro activismo. No obstante, también hubo muchísima colaboración, la misma que creemos que es parte esencial de la proyección hacia el futuro de la labor de Derechos Digitales.

Como organización, el año también fue de oportunidades de cooperación cruciales para la región. Volvimos a albergar un evento virtual de difusión, intercambios y aprendizajes. Participamos muy activamente en la organización del Foro de Gobernanza de Internet de América Latina y el Caribe, el LAC IGF. Nos reunimos con nuestras aliadas de la coalición Al Sur para comenzar a pensar en el futuro, en un primer encuentro presencial después de años. Mantuvimos numerosos talleres y reuniones con organizaciones e instituciones a nivel regional y global. Y nos sumamos como socios organizadores, con esperanza, al Movimiento por una Mejor Internet.

Logramos también apoyar a 21 iniciativas de acción de 12 países de la región a través de nuestro Fondo de Respuesta Rápida, no solo facilitando la respuesta ágil a situaciones de emergencia, sino también favoreciendo el aprendizaje en múltiples contextos de activismo. Es a través de procesos como este que la colaboración de 2021 con el ODIA argentino ayudó en la declaración de inconstitucionalidad del sistema de reconocimiento facial en Buenos Aires. Mecanismos de apoyo como este Fondo demuestran que existen nuevas posibilidades para la articulación de organizaciones en la región.

Lo más importante: en una época global de grandes cambios, consolidamos un equipo sólido, de muy diversos orígenes y perfiles, fortaleciendo nuestra capacidad de trabajar en distintos ámbitos. Sabemos que en 2023 habrá más cambios, pero también que con ellos vendrán nuevas oportunidades de colaboración interna y externa.

Aunque ha sido un año desafiante, sentimos orgullo por el camino recorrido y mucha esperanza en el que queda por recorrer. La mirada introspectiva ha sido fuente de gran aprendizaje, como también de importante reflexión sobre lo que necesitamos seguir haciendo. Porque creemos en nuestro derecho y en nuestra capacidad de crear un futuro más justo para América Latina, reconocemos lo que significa el fin de 2022 y damos la bienvenida a 2023.

Las personas al centro: la apertura en las políticas de ciberseguridad

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A mediados de 2022 el gobierno de Chile anunció la designación del nuevo Coordinador Nacional de Ciberseguridad: el Dr. Daniel Álvarez (uno de los fundadores de Derechos Digitales).

La nueva autoridad llegó anunciando dos misiones concretas y cruciales: la evaluación de la Política Nacional de Ciberseguridad 2017-2022, y el desarrollo de su sucesora, una nueva Política Nacional de Ciberseguridad 2023-2028, como cuestiones que se desarrollarán de forma paralela.

El esfuerzo viene acompañado de otros sucesos. A nivel nacional, el avance en la extendida discusión de una reforma profunda a la ley de datos personales, y el retrasado pero recuperado debate de una ley marco de ciberseguridad muestran un contexto de avance en varios frentes.

A nivel internacional, Chile sigue junto a varios países de la región negociando normas no vinculantes para el ciberespacio o “cibernormas” para el comportamiento de los estados en el ciberespacio en un grupo de trabajo de la Primera Comisión de Naciones Unidas, y reglas de combate e investigación de ciberdelitos en el Comité Especial designado en la Tercera Comisión.

Hay un aspecto que sobresale ahora que el proceso de una nueva PNCS está en curso: la participación ciudadana en la definición de posturas y medidas oficiales relacionadas con la seguridad en el ciberespacio.

Proteger personas, no máquinas

La discusión por el desarrollo de reglas, principios y normas no vinculantes para el comportamiento de los estados en el ciberespacio, que lleva varios años y varias iteraciones en el OEWG de la ONU, parece ir encaminada con buenas intenciones en ese sentido.

Con insistencia de organizaciones de la sociedad civil y la academia, y con el apoyo de varios Estados (también de Latinoamérica), se ha destacado la necesidad de poner a las personas y los derechos humanos no solamente en el centro de los esfuerzos de protección, sino también como parte de la discusión en el OEWG.

No obstante, resulta un desafío permanente que la implementación de las normas no vinculantes sea efectivamente un espacio para la participación. Con frecuencia, da la impresión de que ciertos aspectos de la implementación de estas normas no vinculantes son más bien un asunto eminentemente técnico, donde la experiencia, la pericia y la perspectiva de múltiples partes interesadas, distintas del Estado y algunas empresas de seguridad, no tiene un espacio.

¿Es posible confiar en que los Estados incorporen a distintas partes interesadas al momento de implementar normas no vinculantes? ¿Es posible esperar al menos el compromiso de una mayor interacción a través de sus programas y estrategias de ciberseguridad? Ello depende fundamentalmente de la forma en que cada Estado observa, e integra, los aportes de esos distintos actores.

Los próximos pasos

Hace varios años, cuando analizamos los niveles y el impacto de la participación de múltiples partes interesadas en la formulación de la PNCS 2017-2022 de Chile, observamos con grata sorpresa lo que resultaba un positivo ejemplo. La convocatoria del gobierno de la época para sostener reuniones con distintas partes interesadas y de abrir la consulta pública a cualquier persona que quisiera intervenir, se vio reflejada en un texto final que efectivamente incorporaba cambios coincidentes con propuestas desde fuera del gobierno.

En nuestra opinión, esa mayor interacción permitió no solamente mejorar la comprensión y las capacidades entre distintos actores (Estado incluido), sino también dotar a la PNCS 2017-2022 de mayor calidad y legitimidad.

Un informe de la OEA y GPD, lanzado públicamente a fines de junio de 2022, daba cuenta de la experiencia en la región, relevando los procesos que integraron de distinto modo a la participación multisectorial. Tan solo falta que esa apertura se adopte como norma no vinculante a nivel global.

Creemos firmemente que las distintas partes interesadas, especialmente aquellas dedicadas a la promoción de derechos humanos o que representan a grupos especialmente vulnerables a ataques cibernéticos, son actores relevantes en la formulación y en la implementación de políticas sobre el ciberespacio, facilitando la capacitación, proponiendo políticas o medidas concretas, y ayudando a la sensibilización en cuestiones de seguridad digital.

Con esa experiencia, el nivel en materia de participación para una estrategia de ciberseguridad no debería ser un menor que en la ocasión anterior. No obstante, hasta ahora es poco lo que hemos encontrado en mejoras sustantivas.

Es positivo que la política chilena sea objeto de evaluación, como también que el nuevo proceso esté marcado por una mayor participación en audiencias. Pero todavía restan dudas, de cara a la ciudadanía, sobre cuáles son las fechas, etapas e instancias de interacción directa con el proceso, como también extrañamos una difusión amplia de las medidas que se adoptarán hacer de la elaboración un proceso abierto, transparente e inclusivo.

Que las experiencias pasadas se conviertan efectivamente en lecciones aprendidas tanto de lo nacional como de lo regional y mundial, depende ahora de las autoridades. La sociedad civil está atenta.

Diplomacia y peligro: negociando la paz en el ciberespacio

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El pasado mes de julio, el Grupo de Trabajo de Composición Abierta Sobre Seguridad y Uso De Las Tecnologías De La Información y las Comunicaciones 2021-2025  (OEWG, por sus siglas en inglés) de la Primera Comisión de la Organización de las Naciones Unidas, tuvo una nueva sesión sustantiva, dedicada a buscar consenso sobre su segundo informe anual de progreso. La instancia es el mecanismo por el cual todos los países de ONU discuten la actividad de los Estados en el ciberespacio, particularmente en atención al riesgo de ciberataques entre Estados. Se trata no solamente de la búsqueda de mecanismos para mejorar la seguridad, sino también para procurar la paz en el uso de las tecnologías.

Sin embargo, alcanzar consensos no fue fácil, y los avances se vieron opacados por la inclusión de elementos con poco apoyo, que algunos estados estiman pueden generar incertidumbre y riesgos.

Consenso, señor, consenso

Por un lado, la discusión del borrador final estuvo marcada por la insatisfacción de muchos Estados, debido a  cambios y omisiones de propuestas formuladas en la sala. Y por otro, por la inclusión casi forzada de propuestas todavía sin apoyo significativo, a fin de rescatar un frágil consenso, por la vía de notas al pie que reconocen la vieja aspiración de reglas internacionales vinculantes para los Estados, en lugar de prácticas y normas no obligatorias. Sin embargo, el informe constata puntos de avance y define las prioridades para las discusiones futuras, a la vez que identifica iniciativas de colaboración que ya existen entre Estados.

Dentro de los puntos positivos estuvo el avance en la propuesta de un directorio global de puntos de contacto en la ONU, para facilitar la comunicación entre Estados al momento de conocer una amenaza o un actor malicioso. Dicha propuesta ha avanzado hacia una operacionalización mediante la adopción de un documento anexo al informe anual. También se plasmaron las peticiones de reuniones intersesionales para tratar puntos de más difícil acuerdo, como la aplicabilidad del derecho internacional o la definición de las amenazas, que siguen siendo objeto de intensa discusión.

Asimismo, se incluye lenguaje que invita a los Estados a una mayor transparencia sobre su comprensión de las amenazas, las posturas sobre la aplicabilidad del derecho internacional y la implementación de reglas no vinculantes. Resultan alentadoras las referencias a la sensibilidad con el género, en particular en relación con las amenazas y la capacitación, en tímido reconocimiento de la multidimensionalidad de las brechas digitales de género.

Menos afortunada resultó la mención reducida o condicionada de la intervención de partes interesadas no gubernamentales («stakeholders»), incluyendo a la sociedad civil, como actores clave en varios de los aspectos de atención. Del mismo modo, la resistencia al lenguaje explícito sobre derechos humanos hizo que su presencia quedara muy acotada, limitando el reconocimiento de la necesaria consideración por los derechos humanos en las medidas para garantizar la seguridad en el ciberespacio.

 A pesar de que Derechos Digitales, como otras organizaciones, ha destacado el esquema de distintas partes interesadas, y ha defendido el lenguaje sobre derechos humanos, la atención de los Estados parece haber estado mucho más concentrada en  la búsqueda de consensos que en estos tópicos.

Negociación y denegación

El riesgo de no alcanzar consenso estuvo dado por la contumaz propuesta de integrar lenguaje que reconociera la propuesta —minoritaria— de trasladar los acuerdos a reglas de carácter vinculante a un nuevo tratado de la ONU sobre ciberseguridad. La “diplomacia de notas al pie” (como destacó una delegación) se convirtió en una salida práctica para salvar un consenso difícil entre países en abierto conflicto geopolítico. La insistencia recae en un punto promovido desde hace años por la delegación rusa y algunas aliadas, de negociar nuevos tratados de ciberseguridad y cibercrimen (esto último ya en discusión en un Comité Especial), debido a la importancia dada en algunos de esos países a la “seguridad de la información”, concepto más amplio que el de la “ciberseguridad”, preferido en Occidente.

Por cierto, la experiencia muestra que llegar a puntos muertos no implica necesariamente un fracaso total de los procesos, pero exige abordar la discusión de manera realista para no arriesgar la paz y el desarrollo globales.

Estamos lejos de considerar que el avance del OEWG represente las aspiraciones de la sociedad civil por promover medidas inclusivas y resguardar los derechos humanos. No obstante, no podemos abandonar la aspiración de mejores reglas de conducta entre Estados, que reconozcan que la seguridad y la paz requieren del aporte de distintos actores.


Diplomacy and danger: negotiating peace in cyberspace

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Last July, the Open-ended Working Group on security of and in the use of information and communications technologies 2021–2025 (OEWG) of the United Nations First Commission, held a new substantive session focused on seeking consensus on its second annual progress report. The entity is the mechanism by which all UN countries will debate States’ activity in cyberspace, paying particular attention to the risk of cyberattacks between States. It concerns the search for mechanisms not just to improve security, but also to achieve peace in technology usage.

Reaching consensus was not easy, however, and gains were overshadowed by the inclusion of elements with little support that some States feel could lead to uncertainty and risks.

Concord and accord

Debate on the final draft was marked by the dissatisfaction of many States, on the one hand due to changes to and the omission of proposals formulated in the chamber and on the other hand, due to the practically forced inclusion of proposals that still lack significant support, in order to salvage a fragile consensus via footnotes that recognize the old plan of international rules binding on States, instead of non-mandatory practices and standards. Nonetheless, the report does document points of progress and defines priorities for future debates, while identifying collaboration initiatives that already exist between States.

Positive aspects include inroads on the proposal for a global directory of contact points at the UN, to facilitate communication between States when a threat or bad actor is discovered. This proposal has moved toward operationalization through the adoption of a document included as an annex to the annual report. Requests for inter-sessional meetings were also proposed, to address the points that are most difficult to agree on, such as the applicability of international law or the definition of threats, which continue to be the object of intense discussion.

Likewise, language is included inviting States to greater transparency on their understanding of threats, postures on the applicability of international law and the implementation of non-binding rules. References to gender sensitivity are encouraging, especially in terms of threats and training, in timid recognition of the multi-dimensional nature of digital gender gaps.

Less encouraging is the reduced or conditional mention of the intervention of non-governmental stakeholders, including civil society, as key players in several of the focal points. Similarly, resistance to explicit language on human rights meant that their presence ended up constrained, limiting recognition of the necessary consideration of human rights in measures to guarantee security in cyberspace.

Although Derechos Digitales, like other organizations, has emphasized the concept of different stakeholders and has defended language around human rights, State attention seems to have been focused more on the search for consensus than on these topics.

Negotiation and rejection

The risk of failing to reach consensus was introduced by the stubborn proposal to integrate language acknowledging the (minority) proposal to shift the agreements to rules of a binding nature to a new UN treaty on cybersecurity. “Footnote diplomacy” (as called out by one delegation) became a practical solution for salvaging a difficult consensus among countries in open geopolitical conflict. The insistence focuses on a point promoted for years by the Russian delegation and a few allies, on negotiating new cybersecurity and cybercrime treaties (the latter already under debate in an Ad Hoc Committee), due to the importance given in some of these countries to “information security”, a broader concept than “cybersecurity”, which is preferred in the West.

Indeed, experience shows that coming to an impasse does not necessarily mean the total failure of a process, but it does require approaching the debate realistically to avoid jeopardizing global peace and development.

We are far from considering that the OEWG’s progress represents civil society’s aspirations for promoting inclusive measures and protecting human rights. However, we cannot abandon the hope of better rules of conduct among States, ones that recognize that security and peace require the input of different players.

El 2023 en retrospectiva: ¿qué fue de la defensa de los derechos humanos en la era digital?

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De crisis en crisis

Parecería ser que no conseguimos salir de situaciones dramáticas. A la emergencia climática y las persistentes consecuencias económicas de la pandemia del COVID-19 y del capitalismo global, debemos sumar los constantes riesgos a nuestras frágiles democracias.

La crisis bélica con que terminó 2022 en lugares lejanos a América Latina, se esparció por el mundo, incluidas amenazas en nuestra región. La violencia en los territorios ocupados de Palestina se extendió al entorno digital, en forma de censura y acoso. A la vez, la atención de usuarias de redes sociales se volcó en solidaridad no solo con Gaza, sino también con el Congo y Sudán. Vimos protestas en toda la región, incluyendo la continuación de protestas contra el gobierno en el Perú, y el surgimiento de violenta represión contra las protestas en Panamá y Guatemala, además del escenario que hoy se abre en Argentina.

A pesar de los cuestionamientos a las plataformas sociales como espacios de desinformación y frivolidad, internet sigue siendo  un lugar para el activismo, la denuncia de violaciones de derechos humanos y el periodismo.

Más tecnologías, más vigilancia

En América Latina pasamos de un año marcado por la vigilancia mediante tecnologías a un año en que, bueno, sucedió lo mismo y a menudo peor. La repetida historia de la vigilancia a través de Pegasus tuvo nuevas revelaciones sobre espionaje en México, El Salvador (a una jueza en una extensión de las revelaciones de 2022) y República Dominicana. Y más spyware fue detectado en México.

A ello se suman los riesgos de moverse de un lado a otro en un cuerpo tangible, en una región con creciente adopción de sistemas de vigilancia biométrica. San Pablo, en Brasil, anunciaba una adquisición millonaria de un nuevo sistema de vigilancia pese a las victorias contra sistemas de reconocimiento facial en el pasado reciente; el transporte público en Bogotá y la policía en Medellín anunciaban nuevas capacidades en Colombia; el nuevo gobierno argentino anunció vigilancia de rostros para identificar y castigar a participantes en protestas. La biometría siguió su expansión para los movimientos entre países: organizaciones de sociedad civil denunciaron el uso en fronteras y sobre personas migrantes. Y mientras en Ecuador se fortalecen capacidades con fines de seguridad y hasta la figura de un agente encubierto digital, languidece la esperanza de hacer aplicable la ley de datos personales aprobada hace años.

Expresión y protesta bajo asedio: dentro y fuera de internet

La situación argentina, una de las secuelas de la elección presidencial de fines de 2023, es parte de una fuerte acción gubernamental contra la protesta social, que merecerá cercana atención en 2024. Con la misma preocupación por la capacidad de trabajo en asociaciones de sociedad civil levantamos la alerta por la regulación de organizaciones en Venezuela.

Vimos  aumentar y profundizarse parte de la discusión sobre desinformación, acentuada en nuestra región por actos de violencia en Brasilia a principios de año, con la preocupación adicional por la desinformación política en ese país. Mientras tanto, en Chile se inauguraba una comisión experta para formular recomendaciones pese a la incertidumbre sobre el real efecto de las mentiras digitales. El traslado de la preocupación hacia una discusión más amplia sobre la regulación de empresas de internet también tuvo énfasis en Brasil, donde el proyecto de ley que partió como uno sobre fake news se convirtió en un debate mayor sobre la regulación de plataformas digitales.

Una importante sentencia de la Corte Constitucional en Colombia, dio importantes luces sobre el rol del Estado en la garantía del acceso a internet, como elemento crucial en el ejercicio de derechos fundamentales.

Nuestra seguridad en el marco vigente de derechos humanos como la referencia directa para exigir deberes de los Estados se mantiene firme, por lo que seguiremos trabajando en el reconocimiento institucional de aquello que sabemos que son nuestras prerrogativas como titulares de derechos fundamentales.

Tecnologías para todas

Sabemos que hay un fuerte énfasis en producir nuevas formas de gobernanza para la inteligencia artificial, incluyendo esfuerzos regulatorios en la región. También nuestro trabajo de este año dio cuenta de la necesidad de integrar perspectivas feministas al desarrollo tecnológico, y publicamos un informe en la materia con contribución significativa de especialistas de toda América Latina, además de coorganizar un taller sobre justicia de datos para recabar más perspectivas de personas expertas de la región.

Nuevas actividades dentro de nuestra línea programática sobre inteligencia artificial e inclusión se proyectarán hacia los próximos años para dar cuenta de la necesidad de aprovechar la oportunidad histórica de incidir en el desarrollo tecnológico futuro, con respeto a la democracia, los derechos fundamentales, el medio ambiente, y la inclusión. Es cierto que la tecnología es una fuente de riesgos y oportunidades, pero materializar estas últimas requiere una actitud vigilante y proactiva.

Solidaridad en tiempos de crisis

Este año, el trabajo de Derechos Digitales se vio fuertemente marcado por nuestra dedicación a la colaboración y el fortalecimiento de la sociedad civil en toda la región. Condujimos regionalmente acciones dentro del proyecto Greater Internet Freedom, para generar evidencias, reforzar activismo y construir capacidades en varios países de la región, dando lugar así a la publicación de una nueva versión de Latin America in a Glimpse, dedicada la conectividad en distintas áreas de la Amazonía.

También apoyamos financieramente al trabajo de activistas en la región, entregando fondos a 20 iniciativas de 13 países de la región, a través de nuestro Fondo de Respuesta Rápida y nuestro nuevo Fondo de Derechos Digitales, cuyo sistema de gestión sigue recibiendo el registro de postulantes y de proyectos. Apoyamos la formación de capacidades para personas en etapas iniciales o con interés en el trabajo por los derechos digitales, mediante un curso introductorio a fines del año. Examinamos el rol de la evaluación en el trabajo del activismo de sociedad civil.

Este año, inauguramos el Programa LaREDD, para la resiliencia y la defensa digital, mientras mantenemos nuestro trabajo de formación de confianza con personas expertas en seguridad digital en la región. Recibimos al primer par de pasantes con énfasis de inclusión en materias de seguridad y resiliencia digitales.

Fuimos parte del lanzamiento de una nueva Red Global para la Justicia Social y la Resiliencia Digital. Mantuvimos nuestra participación en nuestras múltiples redes, como el consorcio AlSur, la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC), IFEX, la Global Network Initiative (GNI), el Movimiento para una Mejor Internet (MFABI), la Red de Datos para el Desarrollo (D4D) y más.

Creemos en la cooperación como vía para el fortalecimiento mutuo, y seguiremos en ese camino.

Los desafíos globales de 2023 y 2024

Nuestra misión regional reconoce la necesidad de poner atención en procesos y eventos globales relacionados con los derechos humanos en la sociedad digitalizada. Seguimos con fuerte involucramiento en lugares como: el Comité Especial que discute un nuevo tratado de cibercrimen en el Tercer Comité de la ONU; el Grupo de Trabajo de Composición Abierta del Primer Comité, dedicado a la seguridad y el uso de las tecnologías, especialmente por los Estados. Continuamos el seguimiento de procesos en foros técnicos que inciden en el desarrollo de las redes y el impacto de las mismas en las posibilidades de los derechos humanos; la atención a tratados de libre comercio que por la vía del intercambio comercial pueden comprometer los derechos de las personas o transarlos por ventajas económicas.

También en  la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU, dedicada a las tecnologías y la superación de las brechas; en el seguimiento de las discusiones en la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual con posible impacto en el futuro del acceso al conocimiento; todo sumado a la atención dada a espacios como la UNESCO y sus iniciativas en IA y en gobernanza de plataformas, el Foro de Gobernanza de Internet, la Freedom Online Coalition, y mucho más.

En 2024 seremos testigos de la celebración de una Cumbre para el Futuro, organizada por Naciones Unidas, que incluirá un Pacto Digital Global, cuya elaboración ha traído múltiples preocupaciones para una sociedad civil global con renuencia a dejar el futuro digital a la decisión entre estados. Sabemos que se trata de una oportunidad de retomar el futuro a favor de los derechos humanos, por sobre los intereses gubernamentales.

Y en todos estos espacios, actuales y futuros, locales y globales, confiamos en el poder de la sociedad civil para cambiar la sociedad. La defensa de una perspectiva latinoamericana de los derechos humanos en la era digital requiere también la visibilización de la misma en múltiples espacios, gubernamentales e intersectoriales, con alcance global y con solidaridad transregional con el resto de la Mayoría Global.

El 2024 será un intenso año electoral, incluso para varios países de la región. Estaremos atentas a los procesos de cambio y a las posibles amenazas a nuestras democracias.

También, con una preponderancia de las personas, como tú y yo, y de grupos y comunidades, como todas nosotras, como verdaderas agentes de cambios que no tengan al poder estatal o empresarial como los grandes ganadores del futuro. Puedes confiar, como siempre, que desde Derechos Digitales seguiremos trabajando para que el futuro sea de todas.


Seguridad en el ciberespacio: de la negociación a la acción

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Por varios años, la sociedad civil global, incluida la latinoamericana, ha levantado alertas sobre negociaciones internacionales que significan oportunidades o (más frecuentemente) riesgos para los derechos humanos en el ciberespacio. Es el caso del Comité Especial sobre Cibercrimen, como también del Grupo de Trabajo de Composición Abierta sobre TIC, en la Tercera y la Primera Comisión de la ONU respectivamente. Mientras la discusión para cibercrimen parece terminar una etapa, el Grupo de Trabajo de Composición Abierta (OEWG) sigue su curso, procurando encontrar un consenso sobre el comportamiento de los Estados en el ciberespacio.

Dentro de ese marco, son varios países de la región que a su vez son promotores del “Programa de Acción Cibernético” cuya creación fuera aprobada a fines de 2022 por la Asamblea General de la ONU. Con diversos matices, varios países de la región mantienen compromisos a nivel internacional con aspectos de la agenda del comportamiento responsable de los estados en el ciberespacio, desde perspectiva a menudo inclusivas y favorable al interés público.

Por cierto, los compromisos de alto nivel que los Estados una y otra vez declaran como propios, distan aún de lo que la práctica ofrece en cada país. Como muestra el Portal de Política Cibernética del Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme, buena parte de la región cuenta ya con estrategias nacionales, incluidas las adiciones de los últimos meses de las estrategias de Brasil, Costa Rica y Chile.

En el caso de Chile, esto vino acompañado de más noticias. Después de los anuncios realizados durante la primera mitad de 2023, se publicó en Chile la Política Nacional de Ciberseguridad 2023-2028, con cinco objetivos estratégicos y ejes transversales que incluyen a las consideraciones de género,  una semana antes de la Sexta Sesión Sustantiva del OEWG. La semana siguiente, el Senado chileno aprobó la Ley Marco de Ciberseguridad, que fomenta la implementación de estándares de ciberseguridad en los sectores público y privado y crea la Agencia Nacional de Ciberseguridad (ANCI) con facultades regulatorias, fiscalizadoras y sancionatorias, entre varias otras medidas.

Del dicho al hecho

Todo esto luce y suena bien. Siguiendo con el ejemplo chileno, después de los procesos participativos que antecedieron a las estrategias nacionales tanto en la PNCS 2017-2022 como en la PNCS 2023-2028, el avance regulatorio es un hito. Contar no solamente con un marco general, sino con reglas legales que ofrecen una infraestructura orgánica para implementar las medidas tendientes a la ciberseguridad, parece un avance significativo y uno de los ejemplos a observar dentro de la región. El avance en paralelo de una Ley de Protección de Datos Personales que también parece tomarse la seguridad de la información con seriedad, entrega un panorama auspicioso.

No obstante, quedan varias brechas por cubrir para pasar de los altos niveles de compromiso internacional y de los elevados objetivos de una estrategia nacional, a una realidad donde el Estado sea capaz de fortalecer la confianza con otros países, mientras a nivel interno tanto las entidades públicas como las privadas entiendan el rol que les corresponde en una cultura de la ciberseguridad.

Esto pasa, en primer lugar, por el nivel internacional. Además de la necesaria actitud para mantener negociaciones de buena fe en los distintos foros donde se discute el futuro de las redes de comunicación, es importante que exista suficiente coordinación entre las entidades nacionales. En un año en que veremos el avance del proceso de los veinte años de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (WSIS+20), la Cumbre por la Democracia y la presentación del Pacto Digital Mundial, además del posible final del Comité Especial de Cibercrimen y la continuación del OEWG, junto con otros eventos y encuentros de coaliciones, es necesario que cada país mantenga pleno alineamiento con sus políticas internas y sus aspiraciones de largo plazo, más allá de las contingencias y de los gobiernos de turno.

 También, que se permitan fijar acuerdos a nivel internacional y regional que incorporen a múltiples partes interesadas en esfuerzos concretos para implementar medidas de fomento de la confianza y de formación de capacidades, donde la sociedad civil, la academia y el sector privado tienen roles cruciales.

Sin embargo, donde quizás esté la deuda más relevante que se debe saldar antes de pensar en cómo se implementarán cibernormas es a nivel nacional. Un elemento distintivo de esta Política es la decisión de publicar los ejes y objetivos de alto nivel, y detallar las medidas concretas en un documento aparte, que aún no conocemos. Este Plan de Acción comprenderá los objetivos y medidas de corto plazo derivados de la Política, y su publicación será esencial para obtener una visión completa de la implementación práctica de la Política. Antes de ese Plan, la carencia es significativa: saber cómo se cumplirán objetivos como fortalecer a la industria, capacitar a la función pública, corregir inequidades de acceso, favorecer la investigación, hacer el seguimiento de las necesidades de coordinación y la relación concreta con las otras políticas nacionales, son todavía materia por conocer. Tampoco conocemos hoy las alternativas de seguimiento e implementación de la Política que deben ser propuestas por el Comité Interministerial sobre Ciberseguridad (PNCS, 1.3). Así, los objetivos de política pública contenidos en la Política son materias que todavía están en el terreno la aspiración.

Por cierto, nada de eso obstaculiza a la posibilidad de una pronta puesta a punto de un entramado normativo e institucional que permita en Chile la implementación de normas y medidas que faciliten la práctica de la ciberseguridad en todos los niveles de la interacción social.

Como siempre, la sociedad civil estará dispuesta a colaborar en ello.





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